sábado, 9 de septiembre de 2017

El misterioso origen de la humanidad (Parte I)


Algunos científicos y teorías sitúan el origen del hombre con una distancia de 25 millones de años con respecto a nuestra época. Investigaciones en el África oriental han revelado homínidos con características humanas más notables de aproximadamente hace 14 millones de años y que hace 11 millones de años aparece el primer simio-hombre.

El Australopithecus avanzado, según los investigadores y teóricos del origen de la humanidad, vivió hace dos millones de años en África oriental y es al que más características humanas se le pueden asignar, luego aparece el “homo-erectus” hace un millón de años y 900 mil años atrás aparece el primer hombre avanzado que puede ser denominado el “Hombre Neanderthal”.

Según estos mismos investigadores y teóricos del origen del hombre, hace 35.000 años, aparece una nueva raza de homínidos en la Tierra que podemos denominar el “Homo sapiens” u hombre pensante, y al mismo tiempo se da la desaparición del hombre Neanderthal. Este hombre pensante también es conocido como el “Hombre de Cromañón” que ha sido identificado como un hombre de las cavernas y se le atribuye a este el arte rupestre dejado en las mismas; son concebidos como seres que vagan libremente por la tierra, con refugios de piedra, que habían alcanzado la elaboración de herramientas primitivas y que se vestían con pieles.

Muchas personas dan por ciertas estas teorías y formas de concebir la historia primitiva y los orígenes de la humanidad. Desde este escrito no podemos apartarnos de la idea, de que estos postulados no son más que teorías que no han alcanzado un satisfactorio nivel probatorio y por lo tanto no son más que teorías.

La aparición del “Homo sapiens”, sigue siendo un enigma, porque estos antecesores del hombre no tienen características de las razas de homínidos antes mencionadas, sino que tiene características propias y originales; esta clase de ser no tiene progenitores, ni parientes colaterales fósiles, ni huellas o vestigios arqueológicos que nos puedan hablar de su origen.

Las teorías de Darwin no tienen ningún sustento y fundamentados en sus ideas, el hombre no podría haber alcanzado el proceso evolutivo en el cual nos encontramos y no hubiéramos todavía llegado al nivel evolutivo que necesitaríamos para desarrollar la civilización que hoy tenemos y es posible que todavía nos encontráramos como los hombres de las cavernas, de modo que toda aquella teoría que se sustenta en Darwin, desfigura y desorienta el conocimiento del verdadero origen de la humanidad; no hay ninguna razón para pensar que debiéramos estar más evolucionados que algunas tribus primitivas del Ecuador en la selva amazónica o de Nueva Guinea.

Las teorías de la evolución son teorías que no pueden ser probadas científicamente y muchas veces se basan en concepciones y cálculos herrados que les falta un verdadero apoyo arqueológico y científico sustentable.

Si nos detenemos a mirar la Biblia cristiana, el origen del hombre lo podemos situar en las cordilleras del monte Zagros, donde se encuentra la actual frontera entre Irán e Irak, siguiendo el Monte Ararat, hasta llegar a Siria, el Líbano e Israel, territorios que conservan múltiples evidencias del hombre prehistórico.

En estos lugares que los científicos han encontrado vestigios del hombre de las cavernas, de un momento a otro aparecen vestigios de una sociedad avanzada, sin poder explicar de dónde nace y cuáles son sus orígenes remotos; no se puede corroborar con exactitud que existan fundamentos científicos, históricos o arqueológicos que prueben directamente que el hombre desciende directamente de los primates, más bien, hay pruebas que demuestran lo contrario.

No se puede dudar de la evidencia cierta, de que algún tipo o algunos tipos de homínidos, como hijos directos de la naturaleza, sobrevivieron recolectando alimentos y crecían de forma salvaje y podían llegar a cazar animales a través de la elaboración de instrumentos rudimentarios fabricados de hueso y piedra.

Los investigadores Braidwood y B. Howe realizaron un estudio sobre genética de Irak y Kurdistán, y llegaron a la conclusión con sus hallazgos genéticos y arqueológicos, que la agricultura comenzó en Oriente Próximo, es decir, en los territorios donde surgió la biblia cristiana.

Muchos investigadores han llegado a la conclusión que, en los lugares bíblicos, se dio la domesticación de las plantas por el hombre, haciendo referencia al trigo y la cebada y otras plantas tal como las conocemos. Es evidente que del oriente medio son originarios productos, tales como: el mijo, centeno, lino, las fibras, aceite y otra gran variedad de pantas del campo que según los científicos debieron ser domesticadas por el hombre.

Según algunos investigadores de prestigio, muchas de estas plantas fueron domesticadas por el hombre en Oriente Próximo, es decir, en los lugares de la Biblia y desde allí, llegaron a Europa.

Algunos se han atrevido a pensar, que es como si en Oriente Medio existiera una especie de laboratorio botánico y genético, que de vez en cuando produjera una nueva especie de planta domesticada, por una mano invisible.

Muchos eruditos, también han llegado a la conclusión, que el cultivo de la vid, empezó en las montañas del norte de Mesopotamia, Siria y Palestina y en el Antiguo Testamento se nos dice que Noé plantó una viña, se embriagó con el vino, y que el Arca se asentó sobre el monte Ararat. Podemos decir, que las manzanas, las peras, las aceitunas, los higos, las almendras, las nueces y otras variedades de plantas tuvieron su origen en Oriente Medio y luego pasaron a Europa.

La ciencia nos dice que este proceso de domesticación empezó por las hierbas y los cereales silvestres, hasta llegar a los cereales cultivados, para luego obtener arbustos y árboles frutales; y este es el proceso que nos describe el libro Santo del Génesis: “Produzca la tierra hierba verde, cereales que por semillas produzcan semillas; árboles frutales que den fruto según su especie, que contengan semilla en su interior” (Gn 1,11).

Después de la domesticación de las plantas, el hombre antiguo debió pasar a la domesticación de los animales. En este aspecto tenemos a F.E. Zeuner, quien tiene una obra sobre la domesticación de animales en el mundo primitivo y nos dice que el hombre no pudo pasar de la agricultura, al pastoreo o domesticación de animales, si antes no se hubiera conformado en sociedades organizadas y más o menos estructuradas.

Según este autor, el primer animal que debió ser domesticado fue el perro, que en el principio fue utilizado como comida; se han encontrados restos de perros que corroboran esta afirmación y que corresponden a una edad de unos 9.500 años a.C., en las regiones de Irán, Irak e Israel, y otra vez, los hallazgos nos apuntan a las regiones bíblicas. Por estas épocas también fueron domesticados las ovejas, las cabras, los cerdos, y posteriormente otras especies de ganado con cuernos para obtener de ellas la lana, leche, pieles, carne, etcétera.

Llegar a pensar que sociedades primitivas, que parecían más simios que hombres, fueran capaces de domesticar plantas y animales, es una idea poco probable, que no concuerda con la razón y el sentido común. Labores de tal envergadura presuponían un elevado conocimiento cultural y sociedades desarrolladas; se necesita personas inteligentes y hábiles para ser capaces de domesticar plantas y animales; aun para el hombre de hoy con los conocimientos que posee, esta puede ser una empresa muy difícil.

Estas tareas solo pudieron realizarlas las sociedades anteriores al diluvio universal, que podemos denominar como habitantes de la Primera Tierra. Antes del diluvio existían sociedades muy adelantadas tecnológica y culturalmente, más adelantadas que las sociedades de nuestro mundo actual. Estas sociedades se originaron desde Adán y la Eva humana y la Eva pre-humana, en un proceso de miles de años hasta convertirse en sociedades con una tecnología donde se conocían las energías de los cristales, la electricidad, las naves espaciales, la clonación, las grandes ciudades, la medicina y toda clase de tecnología que aun nosotros no podemos imaginar.

Las sociedades de la Primera Tierra habían aprendido a domesticar los animales y las plantas y tenían productos como el vino y muchos productos de terciopelo y otras clases de telas. Existían sociedades adelantadas tecnológica y culturalmente en esta Primera Tierra y dos pruebas de ello son los continentes perdidos de la Atlántida que se encuentra en lo que hoy es el océano Atlántico y la antigua Lemuria, terreno comprendido en lo que ahora es el actual Océano Pacífico; pero así como estas dos civilizaciones, habían otras de tecnología parecida, lo que ya hemos analizado suficientemente en otros artículos; así como hoy existe la ciudad de Londres y también hay tribus primitivas en la selva amazónica, lo mismo sucedía con las sociedades de la Primera Tierra. Existían metrópolis con alta tecnología, así como comunidades de paja y piedra.

Todas estas sociedades desaparecieron con el diluvio universal que es narrado por la Biblia Cristiana y por el poema babilónico o al final sumerio del Gilgamesh. Las personas de la Primera Tierra pudieron desarrollar toda esta tecnología, porque eran personas mucho más inteligentes que los habitantes del mundo actual, pues poseían, desde que el hombre fue creado por Dios, los dones naturales a plenitud, los dones preternaturales y algunos en parte los dones sobrenaturales. Sólo con el pecado original, que consistió en una hibridación del hombre con genes animales, contrariando la voluntad divina, estos dones se vieron afectados ostensiblemente y el hombre paulatinamente fue perdiendo la bondad y la belleza original con las que fue creado. El libro del Génesis es enfático en decirnos que Dios todo lo hizo bueno (Gn 1,31); de lo anterior podemos deducir que el hombre no fue creado con enfermedades y limitaciones físicas, mucho menos suponer que fue creado en un estado bestial, asimilándonos con los primeros primates.

La teoría de Darwin, es verdaderamente ofensiva para Dios y para el mismo hombre. El hombre no procede de los simios, ni de los monos, ni de ninguna clase de primates. El hombre fue hecho en un cierto estado de perfección desde el principio y los habitantes de la Primera Tierra conservaban un estado de perfección mucho mayor al que tenemos los actuales habitantes de la Tierra.

Estos hombres y mujeres de la Primera Tierra entraron en una etapa profunda de decaimiento moral y produjeron una degradación social en todas las estructuras fundamentales del ser humano, como la política, la cultura, la economía y sobre todo la religión, tal como acontece con el mundo actual. El texto bíblico nos dice que Dios decidió castigar a esta generación, porque ya solo eran pura carne (Gn 6) y Platón al respecto nos va a decir, que el espíritu divino había disminuido en estas personas, por lo que habían caído en grandes desórdenes.

Esta es la causa del diluvio universal y es la razón por la que toda una sociedad de hombres y mujeres de altísima cultura y tecnología desapareció casi por completo. El relato bíblico nos dice que de esta conflagración universal se salvó Noé, su familia y algunas especies de animales y lo mismo nos dice el poema babilónico del Gilgamesh, donde también existe un continuador de la humanidad.

Pero es lógico pensar que sociedades con una avanzada tecnología, pudieran escapar por las profundidades de los mares, con aparatos tecnológicos como los submarinos o con naves espaciales huyendo a otras partes del Sistema Solar o fuera de él. Esto nos hace pensar en tres posibilidades: la primera es la mencionada en los textos bíblicos y de la que todos tenemos conocimiento del posterior desarrollo de los hechos. En la superficie de la Tierra se extendió y multiplicó la sociedad que actualmente conocemos y que desciende de los tres hijos de Noé: Cam, Jafet y Sem. La segunda posibilidad es que algunas personas hayan huido de la conflagración universal y hayan establecido sus refugios en el centro de la Tierra y a estas personas se les pueda llamar los intra-terrestres y la tercera posibilidad, es que algunas de estas personas hayan huido fuera del planeta Tierra y hayan construido sus refugios en el Sistema Solar o fuera de él.

Hoy existen evidencias probadas que dan sustento a las tres teorías. Si le creemos a la Sagrada Escritura, no es muy problemático creer que los habitantes de la superficie del planeta, seamos descendientes de Noé. Hay muchos testimonios creíbles que nos indican que existen seres en el interior del planeta y otros testimonios con la misma fuerza también nos indican que existen seres en el Sistema Solar o fuera de él.

Lo importante es creer que todos descendemos de unos padres comunes y que tenemos una misma raíz lingüística y genética, y que si tuviéramos la oportunidad de comparar en un laboratorio un famoso extraterrestre o un intra-terrestre, nos daríamos cuenta de que nuestros códigos genéticos serían similares, por no decir iguales. Podríamos ver que los organismos biológicos que componen nuestros cuerpos, solo se han adaptado a los medios y a las condiciones donde se vive. Podríamos ver que algunos habitantes del interior de la Tierra, tendrían algunas variaciones en el color de la piel, como de color verdoso o azulado. Podría ser, que algunos de los habitantes del interior de la Tierra tuvieran un solo pulmón, aunque más grande, pudieran no tener páncreas y los intestinos encontrarse desarrollados de forma diferente. Podríamos ver seres humanos con orejas de elfo, adaptadas de acuerdo a las frecuencias sonoras o podríamos ver rasgos particulares en los ojos. En fin, solo tendríamos pequeñas mutaciones o variaciones morfológicas y sabríamos que todos somos hombres y mujeres de carne y hueso, más parecidos entre nosotros genéticamente, que los pretendidos simios o changos de Carlos Darwin.

En conclusión, todo lo que esta expresado en este artículo, son las ideas que se encuentran expresadas en el Libro “Historia primitiva de la humanidad” de John Henry Builes, de modo tácito o expreso. Según John Henry, no es posible creer en otra clase de seres que tengan tan perfectamente unidos el cuerpo y el espíritu, o el mundo material y espiritual, como en los seres humanos; pensar en otra clase de seres, es considerar la posibilidad de que son creaciones y engaños de demonios, como ya se ha tratado de demostrar en otros artículos.  

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